Escrito por: Félix Piñerúa Monasterio

Uno de los males de nuestros tiempos es el estrés, la palabra estrés de por si estresa y vivimos pendiente del estrés, ¡cuidado con el estrés!, escuchamos frecuentemente. Sin embargo, gracias al estrés hemos llegado hasta nuestros días, de no haber sido por el estrés en la prehistoria los depredadores nos hubieran comido y hubiéramos desaparecido como especie. Entonces ¿cómo una ventaja adaptativa se convirtió en un mal?, para responder esta pregunta primero hemos de definir que es el estrés y cuál es su mecanismo de acción.

El estrés es una reacción fisiológica del organismo en el que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada. Así al trasladar la situación estresante al hombre primitivo vemos que este se pone en alerta al escuchar un sonido en la hojarasca y al tener indicio de que es un depredador reacciona dándose a la huida o preparándose para enfrentar el peligro.

Para ello se ponen en marcha una serie de reacciones fisiológicas que dependerán de la activación rápida del sistema nervioso autónomo (SNA) y del sistema neuroendocrino (SNE). El SNA a su vez se divide en sistema simpático, que se activa de manera inmediata frente a una situación de estrés, poniendo en funcionamiento las reacciones de defensa necesarias, esto implica un aumento de la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la frecuencia respiratoria, y sistema parasimpático, que se activa de manera coordinada, tras la activación inmediata del sistema simpático, con el fin de compensar y equilibrar las respuestas fisiológicas previamente activadas por el SNA.

El SNE, por su parte, es una serie de estructuras que funcionan de manera coordinada y sincronizada, responsables de mantener un adecuado balance a nivel celular y molecular, que nos permite hacer frente a las demandas de manera constante y de ser requerido por un tiempo más prolongado. Las estructuras que componen este SNE incluyen, fundamentalmente, el eje hipotálamo-pituitario-adrenal (HPA), así como las estructuras cerebrales que participan de su regulación. La activación del eje HPA implica una cascada de hormonas, cuyo producto final es el cortisol, que permite mantener las concentraciones adecuadas de los nutrientes en sangre, particularmente la glucosa indispensable para afrontar una situación de estrés durante mayor tiempo.

Ahora bien que pasa cuando esta respuesta adaptativa sobrepasa el tiempo para la cual fue diseñada y pasa de ser aguda a crónica, pues bien si en la prehistoria ante la presencia de un peligro inminente como podía ser un depredador, la persona huía o lo enfrentaba con los recursos que tuviese a mano, como podría ser un fuerte grito o el uso de armas para eliminar el peligro, para dar paso a la acción del sistema parasimpático, relajándose para recuperar energía y equilibrarse, hoy ante la presénciame de un supervisor, el jefe o un compañero de trabajo insoportable e incómodo, no podemos reaccionar de la misma manera y la situación se prolonga a lo largo del día por días, semanas y más. Entonces el eje HPA se desequilibra y trabaja en exceso, produciendo mayores niveles de cortisol por mucho más tiempo.

¿Y qué pasa con el exceso de cortisol?

El exceso de cortisol provoca cambios estructurales y funcionales en el hipocampo tales como cambios en la neurogénesis y su morfología, las vías de señalización, la expresión de los genes y la acumulación de glutamato. Por ello, los efectos del cortisol se extienden más allá de la respuesta de estrés y tiene acción en las emociones, la atención y la memoria. Muchos problemas emocionales están asociados a una pobre regulación del eje HPA y déficit de memoria, probablemente, mediados por la relación entre situaciones estresante y sus afecciones sobre el hipocampo.

Los niveles elevados de cortisol en las experiencias adversas infantiles se asocian con cambios en el Sistema Nervioso y el Sistema Endocrino que permanecen hasta la vida adulta.

El estrés agudo y no controlado incrementa la liberación de catecolaminas en la corteza prefrontal (CPF) reduciendo el disparo neuronal y comprometiendo habilidades cognitivas. Los niveles altos de receptores noradrenérgico α1 y del receptor dopaminérgico D1 debilitan la eficacia sináptica de las espinas dendríticas. En contraste, los niveles altos de catecolaminas fortalecen la corteza sensorial primaria, la amígdala y el estriado, cambiando rápidamente el control de la conducta de modo reflexivo a reflejo. Estos mecanismos se exageran por la exposición prolongada al estrés crónico y llevan a déficit de la función de la CPF.

La próxima pregunta es ¿Qué hacemos con esto?

Lo primero es fijarnos en los ejemplos, si bien los relacionados al hombre primitivo obedecen a la presencia física, objetiva de un peligro, como sería un animal peligroso, como un tigre o evento ambiental como un volcán, en los relacionados a la vida moderna, en su mayoría, están relacionados a eventos de carácter psicosocial relacionados a la interacción entre personas y la percepción que tengamos de ella, sin embargo, ambas se viven de la misma manera, aunque hay que tener claro que si de las primeras podemos escapar físicamente de la segunda, en muchas ocasiones no, quedando atrapados en la situación social, lo que necesariamente implica implementar otras estrategias de afrontamiento.

Por lo que, si bien no podemos gritar al jefe, o al menos no debemos por las consecuencias que ello podría acarear, ni al supervisor o al compañero, si la situación estresante se da en el ambiente de trabajo, y mucho menos deshacernos de ellos. Lo que si podemos hacer es cambiar nuestra percepción de la situación estresante y reencuadrarla, permitiéndonos esto afrontar y transformar la situación estresante. Por eso anticipar una situación como estresante estresa, lo que amerita un procesamiento cognitivo diferente que se centre en los beneficios y positivo de la situación y reste importancia a los negativos y poco provechosos.