Escrito por: Félix Piñerúa Monasterio
El chocolate, los helados, el sexo son fuentes altamente gratificantes, por eso resulta tan difícil decirles No, a un buen helado, un rico chocolate o a un placentero sexo. Ante ello nuestro cerebro se inunda de dopamina, opioides endógenos, como las endorfinas o las encefalinas, y se infla de euforia, esto nos alegra la vida, la llena de motivos y nos invita a repetir la experiencia. ¡Que bien, ¡hurra por el placer!
A lo anterior debemos añadir que los niveles de dopamina, neurotransmisor implicado en las conductas asociadas a la búsqueda de recompensa, adicción y a la evitación, aumentan en un 45% cuando ingerimos helados, chocolates o una rica comida, mientras que aumenta en un 100% en el caso del sexo, esto explica porque son conductas difíciles de evitar, sin embargo, nuestro diseño biológico está preparado para manejar estos niveles de alostasis (proceso en el que los sistemas internos del organismo mantienen unos parámetros óptimos a pesar de la variación de las condiciones ambientales), pero que pasa cuando nos sometemos a sustancias que elevan los niveles de dopamina en un 500%, como es el caso de las anfetaminas y la cocaína, evidentemente la tan trillada frase “lo dejo cuando quiera, lo tengo controlado”, pierde significado objetivo, y no deja de ser más que un intento fallido en autoengañarnos, pues cuando el consumo es continuo, la capacidad de autocontrol se ve fuertemente disminuida, siendo esto una de las características de la adicción.
Más allá del placer, son múltiples los motivos que llevan a una persona a consumir drogas. Factores personales y sociales complican la situación, por lo que su abordaje debe ser sistémico.
Según el National Institute on Drugs Abuse, de los Estados Unidos de Norteamérica, la adicción es considerada “una enfermedad crónica y recurrente del cerebro que se caracteriza por la búsqueda y el consumo compulsivo de drogas, a pesar de sus consecuencias nocivas”. Al respecto sabemos que las drogas alteran nuestra función emocional y cognitiva, mismas que a su vez y por su consumo prolongado modifican la fisiología cerebral que podría conducir a un desorden permanente del comportamiento, sino se actúa a tiempo.
Hoy conocemos, gracias a los avances de las neurociencias, que a través de la psicoterapia podemos modificar las estructuras cerebrales afectadas de manera análoga a como lo hacen los tratamientos con psicofármacos, de manera que, por la acción combinada de uno y otro, podemos conseguir que el sistema nervioso de estos pacientes que se han visto afectados por el uso continuo y prolongado de drogas pueda compensar sus alteraciones y nuevamente ser funcional. Por tal motivo, como mencionamos anteriormente, el abordaje sistémico donde se combinan simultáneamente lo psicológico, farmacológico, familiar y social, constituye el camino más adecuado a la recuperación de la persona afectada.