Escrito por: Félix Piñerúa Monasterio
Según el registro fósil actual el género Homo apareció hace dos millones de años, aunque existen herramientas líticas de hace 500 mil años antes, lo que puede sugerir que el género Homo empezó su existencia mucho antes u otros homínidos fabricaron esas herramientas, el hecho cierto es que, ya desde esa época venimos compartiendo con otros seres vivos y dentro de estos seres vivos están las bacterias, arqueas, hongos y levaduras, protistas, algunos tipos de algas unicelulares y virus, ellos colonizan las mucosas y la piel del cuerpo humano, convirtiéndose en nuestros huéspedes, científicamente llamados microbiota, sus genomas forman el microbioma y el conjunto de todos los genes de estos microbios forman el microbioma humano.
Para aquel momento algunos de esos bichitos mataron a muchos de nuestros antepasados, y los Homo que sobrevivieron como no sabían que existían, siguieron siendo sus caseros, de manera tal que muchos de ellos coevolucionaron con nosotros, es decir nos influimos mutuamente en nuestro proceso evolutivo. Y no podía ser de otra manera, pues éramos uno más con la naturaleza y suplíamos nuestras necesidades directamente de ella.
Antes de la utilización del fuego, frutas, tubérculos, raíces, bayas, moluscos y carnes de jabalí, ciervo, mamut, rinoceronte o elefante, eran parte de nuestra dieta y salvo aquellas que no pasaran el examen de la ínsula, una estructura de la corteza cerebral, conectada con el olfato, la misma que sirve para la activación del asco, una emoción que nos permite rechazar alimentos potencialmente tóxicos y evitar que entraran en el cuerpo, salvo aquellos alimentos rechazados por el análisis de la ínsula, ingeríamos estos alimentos tal como lo conseguíamos, con todos sus microbios incluidos, igual sucedía con el agua.
Con el uso del fuego la cosa fue cambiando y con la cocción de los alimentos algunos de los bichitos se quedaron en el camino. Para aquel entonces y en el caso de los neandertales su microbiota estaba formada por un 93% de bacterias, 6% de arqueas y el resto de eucariontes y virus.
Con el paso del tiempo empezamos a convivir de manera cercana con animales, intercambiando con ellos elementos de la microbiota, siendo el perro el primer animal domesticado entre el 14.000 al 12.000 a.C., en América/Europa, le siguió la cabra 8.000 a.C., en Oriente Medio, ya con este animal no solo compartimos microbiota a través del contacto fisco, sino también a través del consumo de su leche y sus derivados, al igual que de la carne, luego la oveja 7.200 a.C., Oriente Medio, la vaca 7.000 a.C., originara de Grecia y Turquía, el cerdo 7.000 a.C., Asia/Europa, el caballo 4.000 a 2.000 a.C., China y la gallina 2.000 a.C., de Asia. Previo a la domesticación de la cabra se dio el desarrollo de la agricultura en el creciente fértil (Mesopotamia), alrededor del 9500 a. C., sin embargo, el cultivo del camote data desde hace 30.000 años en Nueva Guinea. Para esta época que conocemos como neolítica se añadieron nuevos alimentos y sus preparados a nuestra dieta, tal es el caso de los cereales, legumbres y lácteos. Es interesante reseñar que en las inclusiones alimentarias de los últimos 150 años +/- los alimentos han tenido una mayor participación humana, como por ejemplo los alimentos transgénicos que han sido manipulados mediante ingeniería genética y al que se le han incorporado genes de otro organismo para producir las características deseadas, como el maíz o la soja.
Es interesante conocer este proceso pues para algunos investigadores las enfermedades infecciosas solo tuvieron un impacto importante entre los humanos después del desarrollo de la agricultura y que el intercambio de patógenos entre neandertales y otros homínidos era muy difícil. Se pensaba que la mayoría de los patógenos humanos se adquirieron de los animales domesticados y se originaron por tanto tras el desarrollo de la agricultura y la ganadería. Sin embargo, hay datos que sostienen lo contrario: patógenos humanos que han pasado a los animales durante el desarrollo de la practica agrícola. Por ejemplo, el Mycobaterium tuberculosis se pensaba provenía de Mycobaterium bovis, cuando en realidad el origen es el contrario (López-Goñi, 2019:159-161).
Como mencionamos anteriormente hemos coevolucionado con nuestra microbiota por lo que la relación con nuestros huéspedes puede ser variada: de mutualismo, donde huésped y casero se benefician mutuamente y son imprescindibles para su supervivencia, por ejemplo los organismos del colon que sintetizan vitamina K, la cual es absorbida y utilizada por el casero, este por su parte le brinda nutrientes, un ambiente protegido con temperatura y pH estable para su crecimiento. Otra forma de relación es el comensalismo, donde el microorganismo vive en alguna superficie del cuerpo humano sin producir daño o beneficio, aprovechando un sitio protegido con condiciones ambientales favorables y una fuente rica de nutrientes. Y por último están los inquilinos incomodo, los parasito, que son capaces de producir enfermedad.
Como podemos notar, es una convivencia compleja que debemos conocer para poder vivir en armonía y obtener el mayor beneficio, pues en el caso de la microbiota intestinal, la más abundante y diversa, ayuda a nuestro cuerpo a digerir ciertos alimentos, que el estómago y el intestino delgado no son capaces de digerir a través de la actividad de las enzimas digestivas, colabora en la síntesis de vitaminas del complejo B y como ya mencionamos de la K, inducen cambios en las respuestas inmunitarias favoreciendo la disminución de los síntomas abdominales de los pacientes con síndrome del intestino irritable, juega un papel importante en las acciones de las neuronas del sistema nervioso entérico, influyendo en el neurodesarrollo cerebral. Se ha descubierto que alteraciones de la microbiota intestinal pueden afectar la percepción del dolor, la reacción al estrés, la neuroquímica y otras alteraciones del eje intestino cerebro. También hay importantes aportes del resto de la microbiota que desarrollaremos en otros artículos.