Escrito por: Félix Piñerúa Monasterio

El refrán popular “Ojos que no ven Corazón que no siente” hace alusión a que aquello que no vemos,  lo que no está en nuestra consciencia, no puede afectarnos y menos causarnos algún malestar, pero nada más lejos de la realidad y esto lo sabemos desde 1895 cuando Sigmund Freud y Josef Breuer publicaron sus estudios relacionados con los trastornos histéricos, donde se consideraba la represión como la fuente del conflicto psicológico, de la existencia de contenidos representativos y de la energía psíquica inconsciente. Es decir, aquello sucesos y trastornos que aparentemente no vemos o creemos que hemos olvidado siguen actuando desde el inconsciente, pues estos contenidos continúan existiendo en estado latente, hasta que se trabajen y sean transformados adecuadamente.

La tesis esencial del psicoanálisis es que en la mente existen contenidos psíquicos inconscientes ocultos al propio sujeto, a merced de la represión; éstos contenidos pueden ser de tipo representativo, como los que se refieren al conocimiento que el sujeto tiene de experiencias pasadas, o de tipo emotivo, como son los deseos, instintos o apetitos en general.

La diferenciación de lo psíquico en consciente e inconsciente es la premisa fundamental del psicoanálisis. Según Freud, lo fundamental en el orden psicológico es la zona inconsciente. El inconsciente es dinámico y ejerce una presión constante sobre el plano consciente y, por lo tanto, en la conducta de la persona; la conciencia es un estado eminentemente transitorio. Una representación consciente en un momento dado no lo es ya en el inmediatamente ulterior, aunque pueda volver a serlo bajo condiciones fácilmente dadas. Pero en el intervalo hubo de ser algo que ignoramos. Podemos decir que era latente, significando con ello que era en todo momento de tal intervalo capaz de conciencia.

Este inconsciente está constituido por lo reprimido, lo instintivo, pero bajo la acción del mundo exterior, lo inconsciente ha sufrido una transformación, que es la conciencia, una fuerza también capaz de oponerse a los impulsos del inconsciente.

En pocas palabras aquello que no vemos, pero que ha dejado huella en nuestra mente, sigue actuando sobre nuestras acciones y decisiones presentes   afectándonos tanto en lo psíquico como en lo físico.

Estas viejas premisas del psicoanálisis hoy son refrendadas por las neurociencias al descubrir como mecanismos moleculares actúan de manera tal que experiencias traumáticas tempranas se fijan biológicamente en la fisiología del individuo alterando todos los sistemas del cuerpo. Así, eventos adversos como abusos sexuales, maltratos, adopción, exposición a tóxicos entre otros pueden alterar la epigenética del individuo produciendo cambios fenotípicos que producen cambios en la estructura neurológica produciendo predisposición a la tolerancia al estrés, efectos sistémicos a nivel inmunitario o metabólico, aumento de riesgos de enfermedades, psicopatologías, etc.

Así, el abordaje en psicoterapia de situaciones pasadas, como podemos notar no obedece a la mera curiosidad del psicoterapeuta, sino que tiene un propósito claro y sustentado actualmente por las neurociencias, por eso es importante primero, descubrir la posible causa del trauma que está afectando a la persona en su presente, hacer consciente la situación para darle contexto y por supuesto dotar de fuerza y direccionalidad al tema dentro del trabajo psicoterapéutico, en función de la salud y autorrealización de la persona consultante.